sábado, 26 de febrero de 2011

Recordatorio I

Nota mental: Volver a leer "La invención de Morel"

"Verba vola, scripta manet"

Me encontré con esta construcción latina (en realidad, ella me encontró) justo en el momento en el que pensaba cuánto vale la palabra escrita y cuánto la oral. Leyendo un poco, me informo de que la primera traducción de esto es "Las palabras vuelan, lo escrito permanece", e inmediatamente pienso en que es así, que la particularidad de la escritura (y en esto sigo a Derrida) es que puede separarse de su contexto de emisión. Yo escribo algo en el 2011 y alguien del 2123 puede leerlo. Es casi mágico que esa palabra pueda quedar viva ahí, como petrificada (pero tan lejos de eso), y pueda revivirse mucho tiempo después. Como ese animal, que ahora no puedo recordar, que se congela por décadas hasta que el clima hace lo suyo y lo trae de vuelta a la vida. Queda en estado cataléptico. Y ahí ya es otra cosa, porque la palabra que se congela no vive muerta sino redundantemente viva. Revive todo el tiempo, cada vez que se la lee, y mientras que está ahí, aparentemente quieta, en realidad está mutando, esta cubriéndose de capas y capas de nuevos significados que la van a convertir en lo mismo y en otra cosa.


Me parece demasiado teórico esto, y es por eso que me voy automáticamente a la historia. Sería imposible sostener que sin la escritura la historia hubiese sido igual. La historia de América, al menos, tiene como base a la palabra escrita. También a la oral, claro, por eso de nombrar, de tener el poder de nombrar América, y de todo lo que implica decirse en idiomas diferentes. Pero la escritura estuvo ahí para hacer lo que la identifica, que es permanecer. Lo que quedó en los discursos y en los recuerdos que se construyen desde hoy es la palabra escrita. Por eso seguimos diciéndole Perú a Perú. Por eso y por otras cosas.
No es casual que el año en el que Colón llegó a América algo tan importante como la primera gramática llegó a España. Y acá es donde pensamos en la lengua como la mejor compañera del Imperio. Y esto debe saberlo España, que padeció eso que hay entre el ser y el querer ser, entre esa Babel que tuvo que ser convertida en unidad (y que todavía se resiste a serlo). Allá y acá fue instrumento de dominación, herramienta de sometimiento. El español necesitó cortar a las otras lenguas de raíz para imponerse. Claro que esto es así pero también no lo es, porque mientras pienso esto no me olvido de que siempre hay una instancia de coerción y otra de consenso. También hay resistencia, y así encontramos a Bolivia con sus lenguas aborígenes o a Paraguay con su guaraní como lengua cooficial. Y esto último, este caso tan particular del Paraguay, país sincrético si los hay (junto a México), porque a alguien, a un padre jesuita, se le ocurrió darle escritura a esa lengua.

Paraguay merece un capítulo aparte al respecto, y poco a poco lo ha tenido. Hoy por hoy la enseñanza es bilingüe y todos aprenden a manejarse en español y en guaraní. Leen, escriben y hablan ambas lenguas. El guaraní es para ellos ese recodo donde puede refugiarse el pasado pre-español, pero con las marcas de la conquista, porque esa lengua no tenía grafía. Cedió un poco, o mucho, para sobrevivir. Y así le costó, porque siempre tuvo trabas. La primera y una de las que tiene más actualidad porque hoy por hoy afecta a otros países de América incluso sin ser la lengua del dominado es la que tiene que ver con la literatura. Durante mucho tiempo se pensó que hasta 1940 no hubo literatura en Paraguay. La excusa eran esas terribles guerras que devastaron el país, que no dejaban tiempo. Pero otros países, también en guerra, tuvieron su literatura, con lo cual esta justificación no justificaba nada. Roa Bastos lo entendía así, y por eso se ocupó de cambiar esa creencia. Lo hizo con sus discursos y con su misma literatura. Con ambas revalorizó a la palabra oral. A través de la escrita, claro, porque sabía de las ventajas con las que esta corría. En su tarea de traductor, título que él mismo se adjudicó, llevo a la literatura todo eso que ya existía aunque se lo ignorara, y lo hizo perdurar.

Historia compleja la de las palabras. Binomio difícil el de "oralidad-escritura". La palabra oral es efímera, no puede trasladarse ni en el tiempo ni en el espacio; necesita fijarse para perdurar. Eso es lo que la caracteriza, lo que la condena a vivir tan poco, pero al mismo tiempo la dota de espontaneidad, de contexto. La palabra escrita dura, se conserva, pero para cambiar, para ser otra cosa; y en esa duración gana y pierde, se transforma todo el tiempo. Nos hace creer que dura, pero en cada relectura deja de ser la misma. Como en esta misma frase latina, por ejemplo, que se tradujo después de una forma muy distinta: “Las palabras pueden volar; lo escrito está quieto”. Lo mismo y completamente lo opuesto.

Me gusta que en esta definición la palabra dicha se mueva, circule, corra libre. Me gusta porque se le reconoce algo que la saca de ese lugar relegado. Sin embargo, lo escrito aparece como estático; ahí está, ya está escrito y no puede cambiarse. O sí, porque esta misma frase se movió, dejó de decir lo que quisimos leer en ella, y mostró así, una vez más, tal vez, que no hay (no puede haber) palabra quieta.

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skcn.