miércoles, 30 de marzo de 2011

Poemillo

Príncipe enano,
sueño despierto,
brazos fragantes,
mi caballero.
Musa traviesa
mi reyecillo,
penachos vívidos
hijo del alma...
Amor errante;
sobre mi hombro
tábanos fieros,
tórtola blanca,
valle lozano
mi despensero,
rosilla nueva.
Versitos libres,
versos sencillos,
mi poemillo...

miércoles, 16 de marzo de 2011

El vestido azul

"Y sí, parece que es así, que estoy condenado a mirarte eternamente desde el otro lado de la mesa, que estoy destinado a morirme enredado en tu pelo, que cae por tus hombros y te obliga a acomodártelo una y otra vez, como si no supieras que te queda bien así, hacia adelante, como si no supieras que me encanta que caiga y que siga la forma de tu cuerpo. Pero no importa si me gusta o no me gusta, porque vos seguís así, acariciándolo y tirándolo hacia atrás, porque no importa, nunca importa si me gusta, pero igual me gusta.

(...)

Ahora sonreís y tirás el cuerpo hacia atrás, muy suavemente, y sé que estás pensando en otra cosa, que ya no querés estar acá, que ya no estás acá sino en otro lugar, muy lejos, porque detestás las reuniones familiares y esas charlas de sobremesa que se repiten una y otra vez. Yo te digo que las detesto también porque no puedo decir otra cosa, porque no entenderías que aprendí a amarlas cuando supe que eran la mejor excusa para estar con vos, porque entenderías pero no te gustaría y me pedirías que no te dijera nada más.

Ahora querés irte, porque no sos de esas mujeres que se quedan, aunque yo sueñe aún con que algún día te quedes y que sea por mí; pero no, no te gusta quedarte y ahora, nerviosa, planchás con las manos la falda de tu vestido azul, ese que me vuelve loco, y apretás los labios un poco mientras hacés que escuchás. Ya estás muy lejos y quiero alcanzarte y seguirte por esos lugares de tu mente que nunca me llevaste a conocer, porque están cerrados para mí.

(...)

Me mirás de golpe y me pedís en voz alta que te lleve, pero sé que no querés irte a tu casa. Saludamos y alguien vuelve a elogiarte el vestido azul, y al igual que cuando llegamos me siento dichoso de estar a tu lado, de entrar y salir con vos, aunque solo haga eso. Agarrás tus cosas y salimos, mientras te despedís con una sonrisa y ellos hacen lo mismo, porque piensan que te vas, porque no saben que hace mucho que te fuiste, colgándote de un recuerdo inoportuno. Subís al auto y dejás de fingir, porque sabés que conmigo no hace falta nada de eso. Arranco y me mirás, una sola vez, con los ojos bajos, con ese gesto que me dice que estás cansada de todo, que estás cansada de vos, y yo te juro, sin decirte nada, que voy a ayudarte a descansar. Sé que querés que te lleve lejos de acá, que te arranque ese vestido azul y que borre de tu mente ese pensamiento que te invade, que está siempre de fondo y que cada vez se apodera de vos más y más. Y solo eso. Porque sí, porque parece que es así, que estoy condenado a mirarte eternamente desde el otro lado de la mesa"

"Anexo: El vestido azul" (Fragmento)

sábado, 5 de marzo de 2011

Soñé un poema

Hace unos días soñé un poema. No decía nada, pero hacía tantas cosas...

viernes, 4 de marzo de 2011

La escritura y la historia

Hace varios meses, mientras escribía sobre alguna de las obras de Roa Bastos, me vi obligada (me obligué a mí misma) a volver sobre la literatura americana de muchos años antes hasta encontrarme con esos primeros relatos, supuestos, de nuestro continente. Suponemos que son relatos sobre América, aunque no dejan de ser relatos sobre Europa y sobre su mirada. Suponemos, también, que son los primeros, aunque sabemos que esto es solo una operación, cada vez menos fundamentada, porque ya nadie se animaría a decir, al menos sin algo de prúrrito, que no hay relatos anteriores. Me encontré con ellos y con esta cuestión, y otra vez la oralidad y la escritura se cruzaron en mi camino para desviarme, aunque no tanto, de mi tema (imposible, dicho sea de paso, hablar de Roa Bastos sin pensar, al menos un segundo, en esto).

Lo más interesante que me ocurrió fue que en ese momento vino a mi cabeza un texto que había leído una sola vez, en el año 2004, como parte de una actividad escolar (texto que, por alguna circunstancia, perdí, y busqué desesperadamente por años, sin más pistas que una frase muy poco textual). El texto del que hablo, sumamente clásico ya, es de Todorov. La frase por la que pude encontrarlo puede parafrasearse más o menos así:

"El que nomina, domina"

Tal vez es textual, tal vez no. El texto volvió a perderse entre mis papeles. La frase, por el contrario, quedó para siempre como fondo de mis más variadas reflexiones.

Pensando en la literatura y las lenguas en América volví a esta reflexión. Qué poder -me dije- tiene el nombrar. Que posesión que trae oculta. El que pone el nombre de la cosa también pone el suyo, firma, se postula autor. Eso, en la historia de América y en la historia general tiene un peso mayor.

Por eso tuve que dejar de escribir sobre esa consigna, tuve que dejar de escribir sobre Roa Bastos, para escribir sobre él y sobre otros, sobre todos.

"La historia no la escriben los que ganan. La ganan los que la escriben"

Eso escribí en un márgen de una hoja cuadriculada, mientras planificaba otro texto, uno en el que esa frase no entraba así, toda junta, pero sí desparramada, disfrazada de otras palabras.

No descubrí nada. Por eso no la firmo, no le pongo mi nombre.