"Y sí, parece que es así, que estoy condenado a mirarte eternamente desde el otro lado de la mesa, que estoy destinado a morirme enredado en tu pelo, que cae por tus hombros y te obliga a acomodártelo una y otra vez, como si no supieras que te queda bien así, hacia adelante, como si no supieras que me encanta que caiga y que siga la forma de tu cuerpo. Pero no importa si me gusta o no me gusta, porque vos seguís así, acariciándolo y tirándolo hacia atrás, porque no importa, nunca importa si me gusta, pero igual me gusta.
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Me mirás de golpe y me pedís en voz alta que te lleve, pero sé que no querés irte a tu casa. Saludamos y alguien vuelve a elogiarte el vestido azul, y al igual que cuando llegamos me siento dichoso de estar a tu lado, de entrar y salir con vos, aunque solo haga eso. Agarrás tus cosas y salimos, mientras te despedís con una sonrisa y ellos hacen lo mismo, porque piensan que te vas, porque no saben que hace mucho que te fuiste, colgándote de un recuerdo inoportuno. Subís al auto y dejás de fingir, porque sabés que conmigo no hace falta nada de eso. Arranco y me mirás, una sola vez, con los ojos bajos, con ese gesto que me dice que estás cansada de todo, que estás cansada de vos, y yo te juro, sin decirte nada, que voy a ayudarte a descansar. Sé que querés que te lleve lejos de acá, que te arranque ese vestido azul y que borre de tu mente ese pensamiento que te invade, que está siempre de fondo y que cada vez se apodera de vos más y más. Y solo eso. Porque sí, porque parece que es así, que estoy condenado a mirarte eternamente desde el otro lado de la mesa"
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Ahora sonreís y tirás el cuerpo hacia atrás, muy suavemente, y sé que estás pensando en otra cosa, que ya no querés estar acá, que ya no estás acá sino en otro lugar, muy lejos, porque detestás las reuniones familiares y esas charlas de sobremesa que se repiten una y otra vez. Yo te digo que las detesto también porque no puedo decir otra cosa, porque no entenderías que aprendí a amarlas cuando supe que eran la mejor excusa para estar con vos, porque entenderías pero no te gustaría y me pedirías que no te dijera nada más.
Ahora querés irte, porque no sos de esas mujeres que se quedan, aunque yo sueñe aún con que algún día te quedes y que sea por mí; pero no, no te gusta quedarte y ahora, nerviosa, planchás con las manos la falda de tu vestido azul, ese que me vuelve loco, y apretás los labios un poco mientras hacés que escuchás. Ya estás muy lejos y quiero alcanzarte y seguirte por esos lugares de tu mente que nunca me llevaste a conocer, porque están cerrados para mí.
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Me mirás de golpe y me pedís en voz alta que te lleve, pero sé que no querés irte a tu casa. Saludamos y alguien vuelve a elogiarte el vestido azul, y al igual que cuando llegamos me siento dichoso de estar a tu lado, de entrar y salir con vos, aunque solo haga eso. Agarrás tus cosas y salimos, mientras te despedís con una sonrisa y ellos hacen lo mismo, porque piensan que te vas, porque no saben que hace mucho que te fuiste, colgándote de un recuerdo inoportuno. Subís al auto y dejás de fingir, porque sabés que conmigo no hace falta nada de eso. Arranco y me mirás, una sola vez, con los ojos bajos, con ese gesto que me dice que estás cansada de todo, que estás cansada de vos, y yo te juro, sin decirte nada, que voy a ayudarte a descansar. Sé que querés que te lleve lejos de acá, que te arranque ese vestido azul y que borre de tu mente ese pensamiento que te invade, que está siempre de fondo y que cada vez se apodera de vos más y más. Y solo eso. Porque sí, porque parece que es así, que estoy condenado a mirarte eternamente desde el otro lado de la mesa"
"Anexo: El vestido azul" (Fragmento)