domingo, 29 de mayo de 2011

Escenas I

Entró a su casa con el pelo mojado, y los ojos, y la cara. Lloró un rato sobre su hombro y sobre ese sofá que minutos después conocería su silueta. Una lágrima escurridiza le mojó la camisa a rayas que tanto le había gustado hasta ese día. Traspasó la tela hasta su piel. Él lo hizo hasta la suya. A partir de ahora esa camisa tendría para ella olor a soledad. Él iba a sentirle por siempre el perfume de ella.

Elogio de la brevedad

Un día alguien me propuso un desafío. -Por qué no probás escribir textos más cortos- me dijo. Cortos quería decir con menos palabras pero también con menos oraciones. Me propuso algo que sonara más entrecortado, más respirado. Yo amaba las oraciones larguísimas, llenas de subordinadas. Amaba el punto y coma.
Me pareció absurdo, perverso, profanador. Pensé que era un elogio más de las cosas simples cuando uno confunde simpleza con facilidad. No entendía por qué si todo se presentaba de esa manera, si todo circulaba tan rápido, si todo se había vuelto tan ágil, mis textos debían hacer lo mismo. Me pareció, incluso, algo estéticamente feo, desprovisto de la belleza que da una línea entera sin signos de puntuación. Sin embargo, acepté el desafío.
Debo reconocer que me costó encontrarle el ritmo. Me leía y mi escritura me generaba un cansancio raro. No podía tomar envión porque enseguida tenía que frenar de golpe. De alguna forma que tal vez jamás recuerde, porque es probable que haya sido tan gradual como sutil, las oraciones empezaron a acortarse solas. Me gustó ese nuevo trabajo en el que intentaba condensar algo en frases más directas. Incluso le tomé cierto gusto a esa nueva forma de leerme, donde –contra todo pronóstico- me costaba más que antes que me alcanzara el aire. Encontré otro ritmo y una manera nueva de decir donde las cosas no necesariamente tienen que conectarse, donde no hace falta decir si lo que sigue es causa o consecuencia, donde todo puede dar la sensación de pasar al mismo tiempo.
Sigo amando los relatos largos y las cláusulas subordinadas. Sigo rindiéndole cierto culto secreto al punto y coma. Me gusta que los relatos sigan diciendo muchas cosas, que sigan contando en el cuerpo del mismo texto muchas historias. Ahora puedo elegir cómo contar esas cosas. Hay formas de que una palabra bien ubicada cuente toda una historia, o varias. Ahora alterno oraciones largas y cortas; me reservo incluso el uso exclusivo de unas y otras según qué quiera contar. Finalmente el desafío valió la pena porque lo que creí que iba a ser restar terminó sumando. Ahora sé que lo que me gusta de un relato sigue siendo que cuente al mismo tiempo mil historias. Ahora sé que eso también puedo hacerlo con una sola palabra.

domingo, 22 de mayo de 2011

Breve


Y le besó los ojos, y las manos, y los hombros, y poco a poco fue arrancándola del papel…