No sabían cuánto tiempo habían pasado en ese lugar. Lucas miró a Pedro, que tenía la mirada fija en el mantel y pensaba quién sabe en qué, y tomó otro trago. Él esa noche, al igual que las demás, pensaba en Candela. Esa noche más que nunca parecía haberse empecinado en seguir allí, en sus pensamientos, aferrada a él más que nunca. Le costaba soltarla. Por eso bebió sin parar, para que ella se borrara como empezaban a borrársele las imágenes del mundo. Pero ella insistía en seguir allí, con él, y en acompañarlo a todos los lugares a donde fuera. Intentó esconderla, temeroso tal vez de que Pedro la viera revolotearle, pero no pudo. Tarde o temprano la vería. Lo sabía. Por eso decidió esforzarse un poco más, escuchar cada una de las palabras de Pedro y no olvidarlas. Necesitaba convencerse a sí mismo de que quererla a ella estaba mal y que estar allí, con él, era lo mejor que podía hacer para lavar su culpa.